Buscando a la Chechy, la patinadora y la comunicadora

|Por Katherine Martínez Rivera
Egresada de Comunicación/

A la ‘Chechy’ Baena se la puede encontrar en las redes sociales. Tiene Twitter e Instagram. Otra cosa es tratar de conseguirla personalmente, pues es alguien que anda por los cinco continentes. Ser campeón mundial en cualquier deporte es una hazaña, lograrlo 24 veces, es un privilegio… La encontramos en Cali durante los Juegos Mundiales. Estaba acompañando a sus colegas que disputaban medallas.

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«No he pensado en el retiro» (Foto de Katherine Martínez)

Cecilia Baena, más conocida como La Chechy, puede darse el lujo de decir que ha hecho vibrar al país en 24 ocasiones, pero también, y a pesar de tantos triunfos y reconocimientos, sigue manteniendo su humildad y sencillez.

Aunque este año se ha mantenido lejos de las competencias y no estuvo en Juegos Mundiales ni en el Mundial de Bélgica, Cecilia afirma que aun no es hora de su retiro. Sólo le está dedicando tiempo a otra de sus grandes pasiones: la comunicación social, carrera que cursa en la Universidad de la Sabana en Bogotá. “No he pensado en el retiro. Este año he tenido otras prioridades con mi estudio y con mi trabajo. Uno cumple ciclos y no puede dejar los otros proyectos de vida que se tienen. Tengo 24 títulos mundiales y pensé que era la oportunidad de hacer algo más, quise darme el tiempo de tomar un nuevo aire y dedicarle más al estudio”.

Y es que Cecilia lleva la comunicación en la sangre. Su padre, Eugenio Baena, lleva muchos años dedicado al periodismo deportivo, y como ella misma reconoce, su contacto desde temprana edad con los medios ha hecho que poco a poco se fuera enamorando de esta profesión. “Siempre he estado detrás de los micrófonos, siempre he estado de este lado, siempre he sido yo la entrevistada. Esta profesión me gusta mucho, es muy bonita y es la que quiero ejercer.”

Si de gustos se trata, en medio de risas, La Chechy acepta que le gusta la televisión porque “siempre he tenido mayor afinidad, porque los medios televisivos son los me han dado más la oportunidad de aprender muchas cosas”, pero también le gusta la radio. “Siento que se puede ser más uno, no se tiene que ser tan acartonado, se puede hablar mucho más, es más relajado, además, es muy difícil transmitir con palabras a alguien que no está viendo lo que está sucediendo, los hechos, entonces eso le pone un grado de dificultad más interesante, lo hace más bonito.”

Su proximidad a los medios de comunicación le permite tener una postura sobre lo que es el periodismo deportivo en Colombia, al que le reconoce virtudes, pero en el que también encuentra sus puntos desfavorables. Entre las cosas buenas está que es la manera en que los deportistas se pueden dar a conocer, como se pueden saber nuestras hazañas, nuestros triunfos, las alegrías que uno le puede dar a un país. En cuanto a lo malo, los medios son los primeros que te suben y los primeros que te bajan cuando las cosas no salen bien, es algo que hay que saber manejar, porque estando uno de este lado, siendo uno el protagonista a veces eso influye mucho en nuestra personalidad, en nuestro carácter al momento de una competencia.”

Y si de forjar el carácter y saber manejar a la opinión pública se trata, Cecilia tiene experiencia en esto. Ser campeona del mundo por primera vez a la edad de 13 años, siendo la campeona más joven de la historia del patinaje, la colocó desde muy temprana edad en el foco de las cámaras, y la ayudó a formar a la mujer que es hoy en día.

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Andrés Felipe Muñoz, Chechy Baena y Katherine Martínez.

“Siempre hay que mantener los pies sobre la tierra” fueron sus primeras palabras cuando le pregunté por cómo llevaba el haber pasado su adolescencia entre pistas, cámaras y patrocinadores. Sin embargo, toda la gratitud se dirige hacia su familia. “Mis padres y mi familia siempre tuvieron un buen control de cómo manejar la situación, ellos siempre estuvieron ahí, para mí ellos siempre son el principal patrocinador, un apoyo muy grande. Con mucha paciencia y mucha calma se manejaban las cosas, porque había que provechar esas oportunidades que me presentaba la vida, pero con mucha responsabilidad y cautela porque era muy pequeña.”

Entre los múltiples frutos que le ha dejado el patinaje, está la pista de Arjona, municipio de Bolívar, que lleva su nombre y al que ella considera como “un honor, un orgullo y un privilegio, porque es un legado para todos los niños y jóvenes de nuestra tierra para que practiquen el patinaje”.

En cuanto a sus frustraciones, tal vez una de las más grandes es no haber conseguido que el patinaje fuera considerado deporte olímpico. El pasado mes de de mayo, Cecilia hizo parte del grupo de delegados de la Federación Internacional de Patinaje que asistió a la reunión del Comité Olímpico en Rusia para defender las razones por las que este deporte debería ser parte del programa olímpico para el 2020. “Lastimosamente lo de Rusia para mí fue muy doloroso, una frustración muy grande, porque hemos peleado muchos años por eso. El patinaje ya cuenta con muchos de los requisitos para ser considerado como un deporte olímpico, es muy buen espectáculo, es correr más rápido que atletismo y un poquito más despacio que ciclismo, pero me di cuenta que hay mucho poder político que también influye en esa toma de decisiones del Comité Olímpico Internacional, y que lastimosamente nos perjudica a un país como nosotros que no tiene esa fuerza política.”

Cecilia se considera una mujer muy bendecida con un don muy grande, quien no sólo ha dedicado su vida a correr sobre sus patines por el mundo y a ganar todo lo que ha podido en el patinaje, también ha querido devolverle un poco de lo que este deporte le ha dado, creando su escuela de patinaje CMB, en la que enseña a más de 230 niños la disciplina, la constancia, pero sobre todo el amor con el que se corre para ser un campeón. Ella se declara admiradora del patinaje colombiano, “porque a base de esfuerzo ha dado mucho de qué hablar, hace ocho años que es el mejor patinaje del mundo y eso se debe a un gran trabajo planificado y a un gran esfuerzo de los deportistas por siempre darle mejores resultados al país.”

Como su mayor apoyo en todo momento reconoce a Dios, a quien le agradece la salud, las oportunidades que ha tenido, su familia y su novio, Andrés Felipe Muñoz, otro múltiple campeón de patinaje, con quien comparte todo, y al lado de él luchan juntos por sus sueños.

En un futuro, Cecilia se ve en su escuela de patinaje, ejerciendo el periodismo y esperando otras cosas, porque como ella misma dice, aun le quedan muchos sueños por cumplir.

Una moderna sala de urgencias geológicas para tomarle el pulso a seis volcanes

Por Jorge Manrique Grisales
Docente de Periodismo
PUJ-Cali


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Sismógrafo del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales (Foto-Jorge Manrique Grisales).

Un viejo sismógrafo que se resiste a pensionarse sigue marcando todos los movimientos telúricos que se producen en el centro-occidente del país. A pesar de la moderna tecnología instalada en el Parque Natural de Los Nevados para el monitoreo de seis volcanes, este aparato sigue siendo útil para los técnicos y estudiantes de Geología de la Universidad de Caldas que cada ocho o 12 horas ahúman con petróleo el rodillo donde quedan marcados los signos vitales de la Tierra. Una vez que el rodillo queda cubierto con los arañazos de la aguja que marca la actividad sísmica, se cubre con laca transparente y se archiva. De esta forma se tiene un registro detallado, día a día, de una zona afectada por la actividad tectónica del Pacífico a la que se atribuyen en buena medida los sismos de los últimos días en Colombia.

El 13 de noviembre de 1985, las faldas del volcán Nevado del Ruíz estaban desprovistas de tecnología de punta para predecir eventos eruptivos. Sólo cinco estaciones sismológicas portátiles operaban en aquel entonces. Cerca de las 10de la noche de ese miércoles, el volcán liberó una enorme cantidad de energía contenida por siglos bajo la apacible apariencia de una montaña coronada por nieves perpetuas desde la última glaciación que terminó hace unos 10.000 años.

Así lucía el Volcán nevado del Ruiz en 2011 (Fotografía del Servicio Geológico Colombiano).

De acuerdo con el recuento que hizo 25 años después de la catástrofe la directora del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales, Gloria Patricia Cortés, ese día el volcán tuvo un primer evento eruptivo hacia las 3:05 de la tarde que cubrió de cenizas a la población de Armero. Posteriormente, a las 9:08 de la noche se produjo una explosión en el cráter Arenas que desató el apocalipsis.Hubo expulsión de material piroclástico (cenizas y piedra pómex) que cubrieron buena parte de las laderas de la cordillera central y el valle geográfico del río Magdalena. En la población tolimense de Murillo, cayeron piedras incandescentes del tamaño de un una panela que produjeron varios incendios.

Toda la energía se transformó en calor que calentó la superficie del volcán produciendo un deshielo descomunal que buscó las cuencas de los ríos Lagunilla, Gualí,Azufral y Molinos, que nacen en el macizo volcánico. La consecuencia fue una avalancha (lahar) de grandes proporciones que arrasó a su paso con piedras gigantes, árboles, parcelas y sitios poblados como Armero, segunda ciudad en importancia del departamento del Tolima que quedó completamente sepultada, y Chinchiná, en Caldas, corazón de la actividad cafetera del país, que sufrió estragos en un barrio y algunas zonas rurales.

Hoy, 28 años después de aquella catástrofe, no pasa nada en el volcán que no quede registrado en los sofisticados instrumentos del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales. Hasta el más leve movimiento producido por los cascos de una vaca cerca a los sismógrafos produce una señal en las pantallas de la sala de monitoreo.

María Teresa Arboleda es estudiante de Geología de la Universidad de Caldas y como otros de sus compañeros de carrera, pasa largas jornadas pendiente de los monitores en el Observatorio. “Para nosotros no hay Navidad ni Año Nuevo… Todo el tiempo tenemos que estar pendientes del volcán”, afirma mientras nos explica el funcionamiento del Observatorio.

La primera lección es básica. Hay que entender qué es el Cinturón de Fuego del Pacífico, por qué tiembla tanto en Colombia, por qué se monitorean montañas que no tienen cráteres ni reflejan actividad volcánica aparente y sobre todo ¿qué se puede hacer con tanta tecnología para evitar un desastre como el ocurrido el 13 de noviembre de 1985?

Un nido de volcanes

El del Ruíz ya dio señales de estar en plena actividad. Pero hay otros esperando, agazapados, el momento de hacer erupción. Uno de ellos es Cerro Bravo, una imponente altura de la Cordillera Central por donde serpentea la carretera central que comunica a Manizales con Fresno, en el Tolima, y que permanece envuelta en una espesa niebla la mayor parte del año. Es un sitio misterioso de grandes abismos donde han perdido la vida numerosos pasajeros de bus y de vehículos particulares que pierden el rumbo en la escarpada ladera.

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El volcán caldérico de Cerro Bravo. En esta fotografía pueden observarse las calderas que han dejado las erupciones que se han producido en los últimos 14 mil años. (Foto del Servicio Geológico Colombiano).

Esta montaña, ubicada a 4.000 metros sobre el nivel del mar, comenzó su historia hace aproximadamente unos 50 mil años. En los últimos 14 mil, sucesivas erupciones han formado varias calderas que han quedado congeladas en el tiempo. En las fotografías del Observatorio se pueden apreciar tres especies de coronas que marcan los rastros de al menos tres erupciones. Es un volcán que despierta de forma explosiva y puede lanzar material piroclástico a varios kilómetros a la redonda.

El volcán Machín también se encuentra en este enjambre geológico y posee las mismas características de Cerro Bravo, es decir, las de una caldera volcánica que potencialmente puede hacer erupción de manera explosiva cuando se acumula la presión de gases por efecto del ascenso de  la columna de magma.

El volcán Nevado de Santa Isabel, el del Tolima y el del Huila completan la lista de pacientes que son monitoreados desde el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales. Cada uno tiene sus signos vitales. Se analizan desde la composición de sus gases hasta los movimientos que se producen en sus entrañas.

A la pregunta de porqué existen tantos volcanes en la cordillera central, María Teresa Arboleda explica: “las placas tectónicas no se quedan quietas y permanentemente están interactuando… La de Nazca metiéndose por debajo de la Suramérica y en esta región hay zonas de fractura que le dan salida a chimeneas por donde sube el magma”. En Colombia hay cerca de cien volcanes, de los cuales 38 están catalogados como activos.

La permanente actividad tectónica hace que el Cinturón de Fuego del Pacífico sea una zona sísmica por excelencia. Hablamos de unos 40 mil kilómetros en los que están sembrados 452 volcanes, algunos de ellos entre los más activos del planeta. De acuerdo con los expertos, cerca del 90 por ciento de los terremotos en el mundo se dan en este anillo. El eje cafetero y el occidente del país han conocido varios temblores y terremotos a lo largo de su historia.

Los signos vitales de los volcanes

Desde la tragedia de Armero, la comunidad científica mundial se volcó hacia el volcán nevado del Ruiz. La lección fue dura, pues 25 mil personas perdieron la vida a raíz del resoplido del cráter Arenas. En aquel entonces no había forma de prever la catástrofe.

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Sala de monitoreo de los volcanes de El Ruiz, Cerro Bravo, Machín, Santa Isabel, Tolima y Huila (Foto-Jorge Manrique Grisales).

Hoy, pantallas de varios tamaños registran hasta el más mínimo signo de actividad. “Cuando los sismógrafos registran movimientos de menos de cinco segundos es muy probable que provengan del volcán. Cuando son más largos, se deben analizar muchas circunstancias incluyendo el movimiento del ganado alrededor de los aparatos”, explica la estudiante María Teresa Arboleda.

A marzo de 2011, el volcán nevado del Ruíz contaba con 150 estaciones telemétricas de diferente tipo (sismología, deformación geoquímica, geofísica, etc.) y cerca de cien no telemétricas, de acuerdo con el balance realizado por la dirección del Observatorio en esa época. Esto contrasta con las cinco estaciones sismológicas con las que se contaba el 13 de noviembre de 1985 para tratar de desentrañar lo que estaba pasando en el edificio volcánico.

Si usted entra a la página oficial del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales, puede apreciar en tiempo real la apariencia de los volcanes monitoreados, fotografías recientes y lecturas de los sismógrafos. La idea es que la información fluya y se pueda hacer algo que no pasó hace 28 años: prevenir.

Una bien montada red de reacción inmediata conforma el sistema de alarma que se activa desde el Observatorio que nació precisamente a raíz de los acontecimientos trágicos del 13 de noviembre de 1985. Allí, muy visible, está el flujograma de a quien llamar cuando se registra actividad anormal en el volcán. Con el tiempo, los técnicos y estudiantes de Geología han aprendido a leer los signos e interpretarlos.

María Teresa Arboleda no había nacido aún cuando se produjo la erupción de 1985. Sin embargo, hoy sabe cómo tratar a un paciente que de vez en cuando muestra signos de estar muy vivo. Paradójicamente, la Universidad de Caldas aún no cuenta siquiera con una especialización en Vulcanología a pesar de contar con el mejor laboratorio natural y la tecnología más moderna del mundo para hacer que la ciencia avance en beneficio de los miles de pobladores que por siglos han convivido en un nido de volcanes. El sismógrafo de rodillo ahumado sigue recordándonos que el planeta se mueve y hay que ponerle atención.

El secreto del cometero

 Por Lina Uribe
Estudiante de Comunicación
Lauribe@javerianacali.edu.co

Don Mario no recuerda si tenía 13 o 14 años cuando hizo su primera cometa. Estaba de vacaciones en Palmira donde su tío el alfarero y un día se topó con alguien que elevaba algo hasta el cielo. Se sentó al lado de aquel hombre y observó cuidadosamente cada paso para la elaboración del prodigioso artefacto. Después de esa clase informal pudo construir su primera cometa, “de esas que llaman ‘tajada’, la que tiene solo dos varillas. Me tocó ponerle papel periódico porque no tenía del otro. Fue difícil elevarla, pero al final sí pude”, comenta mientras evoca lo que sucedió hace 64 años.

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Foto Jhoan Calderón-Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Santiago de Cali.

Desde ese día, Mario Ernesto Torres, un payanés de 77 años, no ha parado de hacer cometas. De niño las hacía con cáñamo o con el hilo que usaba la esposa de su tío para tejer; les ponía papel periódico y las pegaba con almidón de yuca, “porque en esa época no existía el Colbón”. Y cuando no podía comprar el almidón, salía a la calle a recolectar una pepa negra que caía de los árboles y que le servía para pegar el papel. El nombre de aquel fruto ya se le olvidó.

Llegó a Cali cuando tenía cinco años y todavía existía el ferrocarril. Los edificios que ahora invaden la ciudad no eran más que árboles de caimo, madroño, níspero, anón, mamoncillo y chirimolla. “Esto era un llano”. Se devolvió a Popayán para iniciar el bachillerato y allá vivió con su abuelo, alfarero de oficio, quien intentó enseñarle cómo se hacían las ollas de barro.

Pero Mario nunca aprendió. Cuando casi, casi las tenía listas, se le desplomaban por malos cálculos en la cantidad de los ingredientes. Sin embargo, esto hizo que se fuera enamorando del trabajo hecho a mano.

Las vacaciones que los años siguientes pasó en Cali al lado de su madre las aprovechó para vender cometas en la galería. Se fijaba muy bien en las de los demás para copiar los diseños; de esta manera logró construir faroles, tajadas, cometas con coto y estrellas de seis puntas que vendía quizás a diez o quince centavos. En aquel tiempo transportarse en un bus costaba cinco.

De la guadua ‘jecha’ a la cometa hecha

En la mesa del comedor, don Mario extiende varias hojas de papel en las que tiene dibujados estilos de cometas que diseña cuando alguna idea llega a la mente. “Fíjese esta qué bonita, tiene muchos colores. Mire esta otra con estos ‘zumbambicos’ acá para que suene con el viento”, dice.

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Foto Jhoan Calderón-Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Santiago de Cali.

Desde principios de junio compra la guadua entera para sacar de ahí los palitos y empezar a pulirlos. “La guadua tiene que estar jecha, o sea madura y sin rotos, para que no vaya a partirse fácil”. Luego consigue la piola y el papel celofán de distintos colores. Con todo listo, se puede demorar una hora en armar cada cometa, aunque él prefiere una producción por fases: hace primero los esqueletos, luego pega todos los papeles y por último acomoda todos los tirantes, que tienen que mantener una distancia específica para que el vuelo de la cometa sea exitoso.

Afuera de su casa hay un aviso de ‘Se venden cometas’ en una perfecta letra técnica. Debajo de este cuelgan todos los ejemplares que llaman la atención de quienes caminan el andén. Hoy en día una de sus cometas cuesta entre cuatro y cinco mil pesos, “aunque el farol es más caro porque ese tiene mucho trabajo, ese vale ocho”, enfatiza don Mario.

Aunque el costo las cometas es más bien algo simbólico ya que no recompensa todo el trabajo que requiere elaborar cada una de estas piezas, la mayoría de gente recatea para conseguir descuentos. El año pasado, dos jóvenes fueron hasta su casa para pedirle que les elaborara una cometa de dos metros. “¡Dos metros! Imagínese eso tan grande”, comenta don Mario. “Yo les pedí cincuenta mil y uno dijo que eso tan caro, a lo que yo respondí ‘pues entonces hágala usted’”. Luego fueron otros a cotizar una de un metro y medio. Cuarenta mil pesos no les pareció costoso y prometieron regresar, “pero llevan un año sin venir”, agrega entre risas.

“Algo de uno volando en el cielo”

Don Mario estudió hasta octavo grado y de ahí en adelante la misma vida se encargó de darle las mejores lecciones, como aquella de que la felicidad es mucho más importante que el dinero. Por eso ahora no lo piensa dos veces cuando un niño quiere una de sus cometas y no tiene el dinero suficiente: “Yo se la doy, que se la lleve. Es más importante ver a un niño feliz elevando su cometica que lo que me puedan pagar por ella.”, comenta sin titubeos.

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Foto Jhoan Calderón-Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Santiago de Cali.

Su sangre de artesano lo llevó a tomar clases de cerámica en los años 50 con un profesor español que llegó a la Universidad del Cauca en aquella época. “Fructuoso Del Río era un tipo muy inteligente, todo el día fumaba y tomaba tinto sin azúcar, pero hacía unas piezas hermosas en cerámica, unos muñecos con unos deditos pequeñitos, pequeñitos”, comenta mientras se sumerge de nuevo en sus recuerdos de hace más de medio siglo.

Trabajó cuatro años con Del Río y lo aburrió su mal genio. Regresó a Cali e ingresó a la empresa Cerámicas del Valle, donde unos japoneses continuaron enseñándole sobre cerámica a cambio de que él les enseñara español. Allá llegó a ser jefe de modelado y se jubiló 28 años después.

Sin embargo, sus ocupaciones de adulto y su rol de padre de familia no le impidieron nunca seguir elaborando cometas. “En las vacaciones de diciembre yo seguía haciendo mis cometas. Con mis hijos menores iba a un cerro de Yumbo y allá las elevábamos, a veces la gente que estaba ahí me pedía que se las vendiera y yo les decía que sí”, cuenta evocando ya los años 70.

Entre vuelos de imaginación, de cometas y de aviones, don Mario llegó a Estados Unidos en 1993. Durante once años se vio obligado a separarse de sus cometas “porque por allá no se ve eso”, pero retomó su oficio cuando regresó a Colombia.

Recalca con certeza que ahora no lo hace por negocio sino por diversión, y que hacer cometas es algo que le encanta, lo entretiene y le despeja la mente. Hay algo en él que lo impulsa a continuar con esta tradición, porque está completamente seguro de que no se compara lo que hoy día ofrecen los aparatos tecnológicos a la emoción que se siente al ver “algo de uno volando en el cielo.”

¿Qué es Pasá la Voz?

Somos una revista pensada, creada y producida por estudiantes y para estudiantes. Nos caracterizamos por los contenidos frescos, donde se plasman los pensares, sentimientos, emociones y talentos de nuestros escritores y artistas gráficos.

Misión:

Apoyar e incentivar las habilidades de expresión, escritura y producción periodística y narrativa de los estudiantes de la Carrera de Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana Cali, con el fin de contribuir a la formación de futuros profesionales críticos y con competencias argumentativas y propositivas.

Visión:

En el año 2015, Pasá la Voz será una revista reconocida a nivel local, como un medio de expresión de los jóvenes y para los jóvenes, con distribución en los principales centros educativos y bibliotecas de la ciudad de Cali.

Los encantos de San Antonio

Los encantos de San Antonio

Diego, un joven actor de teatro que se apasiona por tejer manillas y diferentes artesanías  nos da detalles de por qué es tan interesante San Antonio. Allí se pueden ver cuenteros, comer comida típica de la ciudad y del Valle del Cauca y hasta lanzarse en canastas por las empinadas calles.

¡Como en el Canal de Panamá, por $100!

Por: Katherine Martínez Rivera

canal1Muy pocas personas pagarían por pasar por algún lugar y menos si lo que se ve a simple vista es una casa como cualquiera otra. Sin embargo, en el barrio Paso del Comercio, existe una vivienda en la que el paso por sus corredores cuesta $100.

No es museo, ni un bar, ni un hotel. Es la casa de Pastora Salamanca, una mujer que decidió convertir su casa en una especie de puente que comunica los barrios Floralia y la mitad del Paso del Comercio con la otra mitad de este barrio y los Alcázares.

Todo surgió como una necesidad de los estudiantes del Colegio Señor de los Milagros, que como muchas otras personas, tenían que caminar diariamente de un barrio al otro, y que en recorrido normal se demoraban un promedio de 15 minutos.

Por entre dos casas

El sol, la lluvia y la seguridad fueron algunos de los factores que hace aproximadamente diez años, motivaron a Pastora a unir su casa con la colindante en la parte trasera para crear un túnel de unos 50 metros que atraviesa las dos viviendas y que acortan el recorrido de 15 a un minuto.

Es aquí en donde las matemáticas salen a relucir, y en donde pagar por pasar por un lugar resulta no ser tan injusto, porque si $100 pueden ahorrar una caminata de 15 minutos, además de evitar el sol, o de no mojarse, definitivamente valen la pena. Por eso es que de lunes a viernes más de 500 personas atraviesan estas casas, tantas veces al día como lo necesiten.

El colegio Señor de los Milagros paga mensualmente por todos sus estudiantes, quienes son los mayores beneficiarios de este corredor que les permite transitar entre sus hogares y el plantel educativo de una forma más rápida y segura.

canal2Dos treinta de la tarde, en medio de un sol infernal de esos que sólo el clima extraño de Cali nos regala, un paseo entre dos barrios de la ciudad, Floralia y San Luís, puede resultar eterno. Con cada paso se siente como el sol quema, como las gotas de sudor caen y como los ojos ya no resisten más la luz.

Miras las calles, todas iguales, las casas, y ves tu destino demasiado lejos. Sin embargo, te dicen que existe un atajo, un camino corto para no tener que bordear una línea entera de casas, un recorrido de aproximadamente 15 minutos que en medio del sol es como media hora. Se supone que debes encontrar la casa indicada, esa por la que puedes pasar entre los dos barrios, pero no la ves, pero la persona con la que vas, que está totalmente habituada a este recorrido te la muestra, abre la reja y entra como si fuera su propia vivienda. Tú la sigues, cruzas la puerta y ¡oh sorpresa!, no es como entrar a tu hogar, no hay sala, no hay comedor, no hay nada más que una pared, dos paredes de ladrillo, de esas que no te gustan porque están plagadas de lagartijas, que encierran un pasillo. Le tomas el brazo a tu acompañante como una niña pequeña, te aferras a él y pones toda la distancia posible entre las paredes y tú.

La travesía y las lagartijas

Comienzas el recorrido y cada metro se convierte en un kilómetro  Apenas das el primer paso sientes todo más oscuro, te viene a la cabeza si así mismo debieron sentir los navegantes la primera vez que cruzaron el Canal de Panamá, y comienzas a comparar:

A tu cabeza regresan las detestables lagartijas, pero entonces recuerdas que en el mar no hay de éstas, que a lo mejor los navegantes le huyen a tiburones o alguna bestia marina y no a un simple y pequeño reptil, así y todo piensas que preferirías estar en el mar.

Ahora se te viene a la cabeza el pasillo, que tú ves largo y oscuro, rodeado de paredes de ladrillo, el punto es que en el mar no hay muros, tal vez olas gigantes, pero no muros.

Por fin encuentras un punto a favor: como es una casa, el sol se tapa, en un barco estarías en las mismas que antes de entrar al lugar, sofocada. Otra cosa interesante, en el interior de la vivienda se siente fresco, seguro por las paredes de ladrillo.

canal3Sigues avanzando, parece que nunca se acabará el recorrido, y ocurre, la ves, ves al animal que querías evitar a todo costa. Intentas correr pero es imposible, hay gente adelante y atrás, así que ni modo, toca seguir, aprietas aun más el brazo de tu acompañante, como si lo fueras a reventar, pasas por el lado del bicho y ves la luz, pero no, aun no se ha acabado el recorrido, sólo la primera parte.

Sentir el aire y alejarte de la lagartija te hacen pensar que has llegado a Panamá, pero no, no es arena la que está debajo de tus pies, es cemento, y no son palmeras las que ves, sino materas, has llegado al patio de la casa del túnel, pero para ti es como un oasis a la mitad del desierto.

Continuas el recorrido y dejas el patio, estás preparado para otro pasillo oscuro y con lagartijas, pero no, al fin ves una casa, o mejor aún su interior. Es tan normal como la tuya, tiene una sala, comedor, un televisor, unos cuartos, cortinas, todo normal, tanto que si entraras por el lado opuesto, jamás pensarías que unos metros más allá hay un horrible pasillo de lagartijas.

Avanzas por la sala sorprendido, como si esperaras encontrar alguna otra cosa, ves que hay alguien sentado frente al televisor, lo que indica que si, la casa está habitada. Te vuelves a sorprender, y lo haces aun más cuando ves a tu acompañante meter la mano en su bolso para sacar dos monedas de 100 que le entrega a la joven que está sentada.

Con un hasta luego, salen de la casa y entonces piensas otra vez en el Canal de Panamá, a tu cabeza regresa el mar, los barcos, la gente que lo atraviesa día a día y entonces al fin encuentras el parecido entre éste y la casa del túnel: ambos cortan distancias, facilitan la vida de las personas, porque en medio de pasillos oscuros y lagartijas se gana tiempo, que para las personas que diariamente tienen que hacer este mismo recorrido, es importante. Y es que cuando sales y miras tu reloj, te das cuenta que no fueron kilómetros, sino unos 50 metros, y que no fueron horas, fue sólo un minuto el que tardaste en atravesar el túnel.

Si lo piensas mejor, vale la pena, menos sol, menos tiempo, eso sí, apuntas mentalmente que si quieres cruzar no puedes olvidar los $100. NO es caro ¿verdad?