La ruta de escape del geólogo que sobrevivió a la bestia que se tragó a Armero (parte 2)

Por Jorge Manrique Grisales

Frente a la casa blanca de rombos verdes del antiguo casco urbano de Armero, el geólogo Víctor Hernán Cubillos seguía dándole vueltas a la forma como había llegado hasta allí, después de ser arrastrado por la avalancha la noche del 13 de noviembre de 1985. Las piezas del rompecabezas parecían cuadrar pero luego venía a la mente otro recuerdo que descuadraba lo que pacientemente había trabajado desde días antes con el maestro Hernán Darío Nova, revisando mapas físicos y satelitales. Ya habían pasado 37 años desde la catástrofe y persistía una lucha entre la memoria y el corazón que no olvida. “Recuerdo que a este barrio no le pasó nada y mire hoy como está”, afirmó negando con la cabeza en señal de protesta por el olvido en que ha caído lo que un día fue un pueblo lleno de vida, alegría y negocios. Lea la primera parte de esta historia

Hicimos una pausa en señal de respeto, mientras el sobreviviente trataba de ponerle orden a su cabeza. “Aquí amanecimos, en ese andén alto. El señor Baracaldo y su esposa nos auxiliaron y nos dieron aguapanela. Fue una noche espantosa oyendo los aullidos de perros abandonados, los  mugidos de ganado enterrado en el lodo y gritos de auxilio de muchas personas que habían quedado atrapadas en sus casas o entre los escombros”, recuerda.

El jueves 14 de noviembre de 1985 llegó con la crudeza de lo sucedido. La noche anterior, Armero había sido tragado por una bestia que bajó a 40 kilómetros por hora por el cañón del río Lagunilla y cuya primera ola, de unos 40 metros de altura, arrancó desde sus cimientos la catedral de San Lorenzo y el comercio ubicado sobre la calle 12. Hasta la una de la madrugada se produjeron al menos otros seis lahares, fruto del deshielo que provocó la erupción del llamado cráter Arenas y que barrió con fuerza descomunal las paredes del cañón del río Lagunilla.

Cubillos y seis de sus compañeros sobrevivientes de la facultad de Geología de la Universidad de Caldas vivieron el dolor de los cuerpos desfigurados y cubiertos de lodo gris que llegaban hasta la cuadra donde estaba ubicada la casa de los Baracaldo.

El geólogo Víctor Cubillos reconstruyendo el camino que lo llevó a su rescate de las ruinas de Armero (Foto cortesía).

El cementerio, una oportunidad de vida

Pasaron las horas y la atención llegaba a cuentagotas por parte de los cuerpos de socorro y la policía que no daban abasto. El geólogo tenía lacerada su pierna izquierda que por poco pierde entre las lozas del hotel que se desplomaron con el impacto de la avalancha. El barro y la sangre se habían fusionado en un solo cascarón que no era suficiente para que le dieran prioridad en los helicópteros en los que se evacuaban los heridos. Antes del anochecer tomó la decisión de salir de esa cuadra. “Con dificultad por la herida comencé a seguir las personas, que con mascotas, televisores, colchones y otros enseres, se dirigían hacia un costado del cementerio para tratar de subir a una colina cercana donde era más probable la operación de los helicópteros”, señaló.

Quienes lo acompañamos en su travesía el 8 de diciembre de 2022 entendimos claramente su determinación de descubrir el camino con el que dejó atrás el valle de los lamentos después de dos noches de insomnio. Pasamos por un costado del cementerio y desde un claro nos mostró los vestigios de la carrilera que cruzaba por allí transportando la riqueza de la región representada principalmente en algodón, arroz y café.

Recordó más adelante, en una especie de hondonada, que había allí un planchón que un día hizo parte de un camión y que también les permitió a los sobrevivientes cruzar el pantano. Se detuvo frente a un portal de cemento que aún se sostiene a pesar de los años. “Desde aquí, varias personas tendieron un pedazo de cable de alta tensión que recuperaron de los escombros y que hacía posible que la gente no se hundiera en el barro”, narró.

El ganado vive a sus anchas en lo que un día fue una ciudad próspera (Foto cortesía).

El maestro Nova nos indicó que con los años, las cercas se han ido corriendo y personas inescrupulosas han ocupado terrenos que no deberían tener dueño, pues la zona fue declarada camposanto por el gobierno nacional. Allí meten reses que se alimentan de la hierba que nació sobre el lodo que arrancó 25 mil vidas.

Tuvimos, entonces, que cruzar varias cercas para llegar hasta donde el terreno comienza a elevarse. La vegetación es exuberante y la selva respira calor apurada por el sol del trópico. Cubillos revisa nuevamente el mapa que tiene Nova en su Tablet y ve las curvas de nivel que indican que estamos subiendo. “El sitio debe estar al otro lado. Recuerdo que había una especie de terreno inclinado en el que había una casa blanca de puertas y ventanas rojas”, exclamó recobrando el aliento después de alcanzar la primera elevación.

La vorágine de los tiempos

Otra revisión al mapa y el geólogo llega a la conclusión que hay que tomar hacia la derecha, bajar un poco y nuevamente subir. Cumplido este plan, el paisaje vuelve a confundir a los expedicionarios. Hay árboles muy grandes que seguramente crecieron cuando se abandonaron estos terrenos hace 37 años. No hay vestigios de la casa y lo más probable es que como a Armero, la devoró la selva.

Hay otro silencio prolongado. Cubillos otea el panorama que tiene al frente y llega a la conclusión que seguramente fue allí donde un helicóptero lo recogió y lo llevó hasta Lérida, donde le revisaron su herida, lo embarcaron a Ibagué, de allí a Girardot y luego a Bogotá y por último a Manizales.

El camino de regreso al cementerio fue igual de difícil por el calor y los mosquitos. Decidimos entrar a la necrópolis que el sobreviviente recuerda que no sufrió daños la noche del 13 de noviembre de 1985. “Estaba intacto con sus lápidas y sus árboles. Cuando volví un año después de la tragedia se veían ataúdes desperdigados por todo lado”, recuerda.  37 años después sólo quedan bóvedas y panteones abiertos y huesos expuestos al sol y al agua.

Restos humanos en lo que queda del cementerio de Armero (Foto cortesía).

De forma silenciosa, Hernán Darío Nova y su hermano José se metieron por un callejón de bóvedas y al cabo de unos minutos nos llamaron, después de lidiar con un nido de avispas. “Miren lo que encontramos: un pedazo de la lápida de nuestro padre que fue sepultado aquí”. Advertimos su alegría por el hallazgo pero a la vez el sinsabor por el estado de la última morada de su papá. Salimos con tristeza de allí. Es como si Armero se hubiera muerto una y mil veces por la indolencia y el saqueo.

Los hermanos Hernán Darío y José Nova muestran el fragmento de lápida de la tumba se su padre en el cementerio de Armero (Foto Jorge Manrique Grisales).

El reencuentro con los Baracaldo

Llegó la hora de partir de lo que algún día fue Armero. Por las calles de Armero-Guayabal, hoy cabecera municipal, Víctor Hernán Cubillos pidió que detuviéramos el vehículo. Entró a un supermercado y pidió que le armaran una especie de ancheta navideña. Pagó y reiniciamos la marcha.

Doña Graciela de Baracaldo, de 79 años, recuerda la noche que le dio aguapanela a siete estudiantes de Geología de la Universidad de Caldas que sobrevivieron en Armero (Foto Jorge Manrique- Grisales)

En días anteriores, Hernán Darío Nova rastreó la suerte de la familia Baracaldo y dio con la casa donde hoy vive la señora Graciela de Baracaldo, de 79 años, con su descendencia. Nos recibe un zaguán y al fondo una sala por donde se cuela la luz de un patio interior con ropa secándose. Nova hace las presentaciones del caso de quienes estamos allí enfrente de doña Graciela, quien se encuentra en una silla de mimbre. Al llegar a Víctor Hernán Cubillos, el tiempo retrocede vertiginosamente y volvemos a estar la noche del 13 de noviembre de 1985 cuando el señor Baracaldo, quien falleció en 1998, iluminó con su linterna los rostros asustados de siete muchachos de la Universidad de Caldas que fueron arrastrados unas ocho cuadras por la avalancha que se tragó a Armero. La anciana busca en su memoria y al cabo de unos segundos exclama: “¡Claro! Yo les ofrecí aguapanela… Ahora recuerdo”. Cubillos la abraza y ambos funden sus recuerdos de una pesadilla que llevó al geólogo y a sus compañeros hasta una casa blanca de rombos verdes que hoy se traga la selva.

Una respuesta a «La ruta de escape del geólogo que sobrevivió a la bestia que se tragó a Armero (parte 2)»

  1. Es un relato que lo lleva a uno a vivir esos momentos angustiosos del 13 de noviembre y su avalancha.

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