Una moderna sala de urgencias geológicas para tomarle el pulso a seis volcanes

Por Jorge Manrique Grisales

 

Un viejo sismógrafo que se resiste a pensionarse sigue marcando todos los movimientos telúricos que se producen en el centro-occidente del país. A pesar de la moderna tecnología instalada en el Parque Natural de Los Nevados para el monitoreo de seis volcanes, este aparato sigue siendo útil para los técnicos y estudiantes de Geología de la Universidad de Caldas que cada ocho o 12 horas ahúman con petróleo el rodillo donde quedan marcados los signos vitales de la Tierra. Una vez que el rodillo queda cubierto con los arañazos de la aguja que marca la actividad sísmica, se cubre con laca transparente y se archiva. De esta forma se tiene un registro detallado, día a día, de una zona afectada por la actividad tectónica y volcánica en Colombia.

El 13 de noviembre de 1985, las faldas del volcán Nevado del Ruíz estaban desprovistas de tecnología de punta para predecir eventos eruptivos. Sólo cinco estaciones sismológicas portátiles operaban en aquel entonces. Cerca de las 10de la noche de ese miércoles, el volcán liberó una enorme cantidad de energía contenida por siglos bajo la apacible apariencia de una montaña coronada por nieves perpetuas desde la última glaciación que terminó hace unos 10.000 años.

Así lucía el Volcán nevado del Ruiz en 2011 (Fotografía del Servicio Geológico Colombiano).

 

De acuerdo con el recuento que hizo 25 años después de la catástrofe la directora del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales, Gloria Patricia Cortés, ese día el volcán tuvo un primer evento eruptivo hacia las 3:05 de la tarde que cubrió de cenizas a la población de Armero. Posteriormente, a las 9:08 de la noche se produjo una explosión en el cráter Arenas que desató el apocalipsis. Hubo expulsión de material piroclástico (cenizas y piedra pómez) que cubrieron buena parte de las laderas de la cordillera central y el valle geográfico del río Magdalena. En la población tolimense de Murillo, cayeron piedras incandescentes del tamaño de un una panela que produjeron varios incendios.

Toda la energía se transformó en calor que calentó la superficie del volcán produciendo un deshielo descomunal que buscó las cuencas de los ríos Lagunilla, Gualí,Azufral y Molinos, que nacen en el macizo volcánico. La consecuencia fue una avalancha (lahar) de grandes proporciones que arrasó a su paso con piedras gigantes, árboles, parcelas y sitios poblados como Armero, segunda ciudad en importancia del departamento del Tolima que quedó completamente sepultada, y Chinchiná, en Caldas, corazón de la actividad cafetera del país, que sufrió estragos en un barrio y algunas zonas rurales.

Hoy, 28 años después de aquella catástrofe, no pasa nada en el volcán que no quede registrado en los sofisticados instrumentos del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales. Hasta el más leve movimiento producido por los cascos de una vaca cerca a los sismógrafos produce una señal en las pantallas de la sala de monitoreo.

María Teresa Arboleda es estudiante de Geología de la Universidad de Caldas y como otros de sus compañeros de carrera, pasa largas jornadas pendiente de los monitores en el Observatorio. “Para nosotros no hay Navidad ni Año Nuevo… Todo el tiempo tenemos que estar pendientes del volcán”, afirma mientras nos explica el funcionamiento del Observatorio.

La primera lección es básica. Hay que entender qué es el Cinturón de Fuego del Pacífico, por qué tiembla tanto en Colombia, por qué se monitorean montañas que no tienen cráteres ni reflejan actividad volcánica aparente y sobre todo ¿Qué se puede hacer con tanta tecnología para evitar un desastre como el ocurrido el 13 de noviembre de 1985?

Un nido de volcanes

El del Ruíz ya dio señales de estar en plena actividad. Pero hay otros esperando, agazapados, el momento de hacer erupción. Uno de ellos es Cerro Bravo, una imponente altura de la Cordillera Central por donde serpentea la carretera central que comunica a Manizales con Fresno, en el Tolima, y que permanece envuelta en una espesa niebla la mayor parte del año. Es un sitio misterioso de grandes abismos donde han perdido la vida numerosos pasajeros de bus y de vehículos particulares que pierden el rumbo en la escarpada ladera.

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El volcán caldérico de Cerro Bravo. En esta fotografía pueden observarse las calderas que han dejado las erupciones que se han producido en los últimos 14 mil años. (Foto del Servicio Geológico Colombiano).

 

Esta montaña, ubicada a 4.000 metros sobre el nivel del mar, comenzó su historia hace aproximadamente unos 50 mil años. En los últimos 14 mil, sucesivas erupciones han formado varias calderas que han quedado congeladas en el tiempo. En las fotografías del Observatorio se pueden apreciar tres especies de coronas que marcan los rastros de al menos tres erupciones. Es un volcán que despierta de forma explosiva y puede lanzar material piroclástico a varios kilómetros a la redonda.

El volcán Machín también se encuentra en este enjambre geológico y posee las mismas características de Cerro Bravo, es decir, las de una caldera volcánica que potencialmente puede hacer erupción de manera explosiva cuando se acumula la presión de gases por efecto del ascenso de  la columna de magma.

El volcán Nevado de Santa Isabel, el del Tolima y el del Huila completan la lista de pacientes que son monitoreados desde el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales. Cada uno tiene sus signos vitales. Se analizan desde la composición de sus gases hasta los movimientos que se producen en sus entrañas.

A la pregunta de porqué existen tantos volcanes en la cordillera central, María Teresa Arboleda explica: “las placas tectónicas no se quedan quietas y permanentemente están interactuando… La de Nazca metiéndose por debajo de la Suramérica y en esta región hay zonas de fractura que le dan salida a chimeneas por donde sube el magma”. En Colombia hay cerca de cien volcanes, de los cuales 38 están catalogados como activos.

La permanente actividad tectónica hace que el Cinturón de Fuego del Pacífico sea una zona sísmica por excelencia. Hablamos de unos 40 mil kilómetros en los que están sembrados 452 volcanes, algunos de ellos entre los más activos del planeta. De acuerdo con los expertos, cerca del 90 por ciento de los terremotos en el mundo se dan en este anillo. El eje cafetero y el occidente del país han conocido varios temblores y terremotos a lo largo de su historia.

Los signos vitales de los volcanes

Desde la tragedia de Armero, la comunidad científica mundial se volcó hacia el volcán nevado del Ruiz. La lección fue dura, pues 25 mil personas perdieron la vida a raíz del resoplido del cráter Arenas. En aquel entonces no había forma de prever la catástrofe.

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Sala de monitoreo de los volcanes de El Ruiz, Cerro Bravo, Machín, Santa Isabel, Tolima y Huila (Foto-Jorge Manrique Grisales).

 

Hoy, pantallas de varios tamaños registran hasta el más mínimo signo de actividad. “Cuando los sismógrafos registran movimientos de menos de cinco segundos es muy probable que provengan del volcán. Cuando son más largos, se deben analizar muchas circunstancias incluyendo el movimiento del ganado alrededor de los aparatos”, explica la estudiante María Teresa Arboleda.

A marzo de 2011, el volcán nevado del Ruíz contaba con 150 estaciones telemétricas de diferente tipo (sismología, deformación geoquímica, geofísica, etc.) y cerca de cien no telemétricas, de acuerdo con el balance realizado por la dirección del Observatorio en esa época. Esto contrasta con las cinco estaciones sismológicas con las que se contaba el 13 de noviembre de 1985 para tratar de desentrañar lo que estaba pasando en el edificio volcánico.

Si usted entra a la página oficial del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales, puede apreciar en tiempo real la apariencia de los volcanes monitoreados, fotografías recientes y lecturas de los sismógrafos. La idea es que la información fluya y se pueda hacer algo que no pasó hace 28 años: prevenir.

Una bien montada red de reacción inmediata conforma el sistema de alarma que se activa desde el Observatorio que nació precisamente a raíz de los acontecimientos trágicos del 13 de noviembre de 1985. Allí, muy visible, está el flujograma de a quien llamar cuando se registra actividad anormal en el volcán. Con el tiempo, los técnicos y estudiantes de Geología han aprendido a leer los signos e interpretarlos.

María Teresa Arboleda no había nacido aún cuando se produjo la erupción de 1985. Sin embargo, hoy sabe cómo tratar a un paciente que de vez en cuando muestra signos de estar muy vivo. Paradójicamente, la Universidad de Caldas aún no cuenta siquiera con una especialización en Vulcanología a pesar de contar con el mejor laboratorio natural y la tecnología más moderna del mundo para hacer que la ciencia avance en beneficio de los miles de pobladores que por siglos han convivido en un nido de volcanes. El sismógrafo de rodillo ahumado sigue recordándonos que el planeta se mueve y hay que ponerle atención.

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