Por Jorge Manrique Grisales
El 5 de julio de 1986, día en que conoció al papa Juan Pablo II, César Augusto Ortiz Cárdenas, tuvo al pontífice a 10 metros de distancia. Trabajaba en la fábrica de Café Liofilizado Buencafé, en Chinchiná, y fue uno de los privilegiados a quienes se les permitió estar ese día cerca al ilustre visitante que llegaba con un mensaje pastoral de consuelo a las víctimas de la tragedia provocada por el volcán nevado del Ruiz el año anterior.
Ese día, el papa llegó en la parte posterior de una camioneta Chevrolet Luv 1.600 de color blanco acondicionada como papamóvil para que el santo padre impartiera bendiciones en dos cuadras que separaban la finca La Libia, donde aterrizó en helicóptero, de la cancha de fútbol de la fábrica de Buencafé donde celebraría una ceremonia eucarística.
A pesar del corto recorrido, el conductor de la alcaldía de Chinchiná, Libaniel Cañas, quien tuvo el honor de transportar al máximo jerarca de los católicos, no se cambiaba por nadie. Temprano revisó la condición del automotor. Aseguró las dos sillas que se habían acondicionado en el platón del automotor para el papa y el arzobispo de Manizales, monseñor José de Jesús Pimiento, y probó la firmeza de la baranda de PVC de donde se prendería el papa mientras el carro estaba en movimiento.
En la mañana de ese sábado, César Augusto Ortiz Cárdenas llegó muy temprano, pues eran muy extremas las medidas de seguridad en la fábrica. Se les permitió a los trabajadores asistir con sus familias y presenciar la misa campal. Camino al templete construido para la ocasión, tuvo la oportunidad de tener cerca a Juan Pablo II. No lo podía creer. Cerca de 10 mil personas, de Chinchiná, Manizales y otras partes del país se hicieron presentes allí ese día.
Sobre la catástrofe natural vivida en Chinchiná y Villamaría, Ortiz Cárdenas recuerda que un amigo suyo, William Quintero, que trabajaba en el anfiteatro del hospital San Marcos de Chinchiná, le contó que hasta allí llegaron volquetas con muertos desmembrados, sin brazos o sin cabeza y que muchos no se atrevían a bajarlos por la impresión que les daba y a él le tocó hacerlo.
El día de la tragedia, estaba de descanso en Manizales, donde vivía, en el barrio San Jorge. Como todos los habitantes de la capital de Caldas, fue testigo de la lluvia de ceniza y del aguacero en la tarde. Se acostó temprano y al día siguiente, cuando se disponía a salir para el trabajo, lo llamó un amigo a contarle que no había paso para Chinchiná.
Con el correr de las horas y las imágenes de televisión se fue enterando del desastre. Ocho días se quedó en Manizales, mientras se habilitaba un puente colgante para hacer transbordo sobre el río Chinchiná. Se consiguió una cámara de fotos y comenzó a documentar lo que sus ojos vieron: En la carretera entre Manizales y Chinchiná quedó la huella, unos seis metros arriba de la calzada, por donde pasó la avalancha en la recta de Cenicafé. Las pequeñas chozas que los areneros tenían en los islotes del río para resguardarse y guardar sus palas y carretas, ya no estaban. Una tubería para la generación de energía eléctrica de la CHEC estaba completamente cortada. También observó tractomulas estampilladas contra las bodegas de Cenicafé y el lecho del río agrandado muchas veces. Pero lo más aterrador fueron las casas y los barrios cercanos al afluente que ya no estaban como Mitre, La Primavera, La Granja y la urbanización El Río. Por cerca de un mes hizo el mismo recorrido: Manizales – puente colgante – transbordo- Chinchiná hasta cuando se instaló un puente metálico que permitió restablecer el tránsito de vehículos.
El agujero negro con lo que pasó en Chinchiná y Villamaría sigue siendo el número de víctimas, pues aparte que tanto el gobierno central como los medios volcaron su atención a lo que pasó en Armero, no se estudió a fondo lo que sucedió con mucha población flotante que tenía el municipio pues estaba en la cosecha cafetera de fin de año, la más importante en términos de volumen de sacos recolectados y exportados. Hoy se habla de 2000 a 3000 muertos en esta parte del país a causa de la avalancha que bajó por el río Chinchiná.
Como sucedió en Lérida y Guayabal, Chinchiná creció con nuevos barrios que surgieron después de la tragedia: 13 de noviembre, La Nubia, Ciudadela del Valle, Nueva Visión, Minuto de Dios, y el barrio Nueva Primavera, en jurisdicción del municipio de Villamaría.
Hoy la camioneta de placas OUC 526 en la que se movilizó dos cuadras al papa el 5 de julio de 1986 en Chichina, hace acarreos en las calles de Manizales, conducida por su dueño Hernán Barco García, quien se enteró que su carro había sido papamóvil apenas en 2017 cuando al llevar un trasteo alguien le contó que en ese carro había viajado Juan Pablo II, el mismo que César Augusto Ortiz Cárdenas tuvo a 10 metros hace 39 años.
Excelente relato del paso de Juan Pablo segundo en tierras caldences.
Que relato tan descriptivo, excelente….